Lectio Divina
La confesión de Pedro es un texto de gran importancia para el cristianismo. A causa de su confesión, Pedro será la roca sobre la cual Jesús edificará su Iglesia. A Pedro y a sus sucesores les ha sido confiada una misión única: son el fundamento visible de esa realidad invisible que es Cristo resucitado.
Pablo de Tarso, el apóstol de los gentiles, se convirtió de perseguidor en un celoso misionero del Evangelio. Tomado por el amor al Señor, Cristo llegó a ser para él su mayor pasión (2 Cor 5,14), hasta el punto de decir: «Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí» (Gal 2,20). Su martirio revelará la sustancia de su fe.
Dios omnipotente y eterno, que con inefable sacramento quisiste poner en la sede de Roma la potestad del principado apostólico, para que a través de ella la verdad evangélica se difundiera por todos los reinos del mundo, concede que lo que se ha difundido por su predicación en todo el orbe sea seguido por toda la devoción cristiana (Sacramentarium Veronense, ed. L. C. Mohlberg, Roma 1978, n. 292).
[...] en los apóstoles Pedro y Pablo has querido dar a tu Iglesia un motivo de alegría: Pedro fue el primero en confesar la fe; Pablo, el maestro insigne que la interpretó; aquel fundó la primitiva Iglesia con el resto de Israel, éste la extendió a todas las gentes. De esta forma, Señor, por caminos diversos, ambos congregaron la única Iglesia de Cristo, y a ambos, coronados por el martirio, celebra hoy tu pueblo con una misma veneración (Misal romano, prefacio propio de la misa de la solemnidad de los santos Pedro y Pablo).
Repite hoy con frecuencia orando con san Pedro y san Pablo: «El Señor me asistió y me confortó» (2 Tim 4,17).