Lectio Divina
En el camino que Jesús recorre con sus discípulos hacia Jerusalén, nos va exponiendo diversas actitudes sobre su misión y el seguimiento de los discípulos. Jesús exige al discípulo una determinación sincera, tajante y total. Jesús no quiere medianías. Ante Él hay que decidirse. El Reino de Dios, el proyecto de Dios es lo más importante para el discípulo del Evangelio. ¡O se lo toma o se lo deja!
La Palabra me orienta sobre mi responsabilidad en la vivencia de mi vocación como hijo de Dios. Ya no soy siervo. Soy amigo e hijo de Dios Padre. Mi respuesta tiene que ser de amor. Mi tarea no es cumplir unos mandamientos, unos preceptos, unas leyes. Yo estoy en la tierra para recibir abundantemente el Amor del Padre, que me regala en Jesús, en el Espíritu. Y, en consecuencia, responder al Padre, con Jesús y el Espíritu, a ese gran Amor. Jesús me ha dicho claramente que soy hijo querido del Padre, como Él. ¡Gracias Jesús, por esta magnífica revelación! ¡Gracias, Espíritu, porque Tú me infundes la vida auténtica! ¡Gracias, Jesús, porque has venido a manifestarme y a regalarme la misma vida de la Trinidad!
Señor, con frecuencia me siento débil ante este reto que me presentas con tus palabras y tus acciones. Quiero comprometerme con el Evangelio, con toda radicalidad. Pero, mis fuerzas me fallan y dejo con frecuencia el compromiso asumido. Señor Jesús, Tú lo diste todo con decisión, sin escatimar ningún esfuerzo ni dar paso atrás. Con tu gracia y tu fortaleza, sólo así, podré colaborar con la misión que me encomiendas. Que no desmaye ante esta lucha gigantesca. Que no quede derrotado. Sé que contigo podré seguir adelante.
A Jesús que carga la cruz, sufre y muere por nuestro bien, para darnos la vida. A mí mismo, que con tantas debilidades, deseo vivamente ser discípulo de Jesús.
Agradeceré al Señor su llamada a seguirle en todo momento y con toda decisión. Repetiré: Todo lo puedo en Cristo que me da la fuerza (Flp 4, 13).