Agradecimiento
El agradecimiento es una virtud que debemos practicar frecuentemente, pues tenemos muchas cosas que agradecer a Dios y a los demás. A este respecto, hay un cuento que dice que un hombre murió y se fue al cielo. Al llegar, san Pedro le comunicó:
– Mira, como vas a vivir aquí por toda la eternidad, te voy a enseñar un poco el cielo para que lo conozcas.
Lo llevó a una sala muy grande, donde había miles y miles de ángeles trabajando, y le dijo:
– Aquí están recibiendo las peticiones de ayuda que vienen de la Tierra.
Lo llevó a otra sala muy grande, donde también había miles de ángeles y le manifestó que allí estaban preparando los paquetes para conceder las peticiones recibidas.
Después le enseñó otra sala muy grande, pero allí sólo había un angelito, que parecía estar desocupado, porque estaba medio somnoliento. Y le dijo:
– Esta es la sala donde se reciben las acciones de gracias por los beneficios recibidos en la Tierra. Como ves, son muy pocos los que dan gracias y, por eso, con un angelito es suficiente.
La moraleja es clara. Muchos piden y piden, muchos reciben beneficios permanentemente de Dios, pero pocos son los agradecidos.
Nosotros, por el contrario, debemos dar constantemente gracias a Dios, comenzando por la vida, la salud, la familia, el trabajo… Y, sobre todo, por el regalo inmerecido de la fe católica. También hay que dar gracias por el tiempo disponible de vida. Hay muchos que mueren jóvenes. ¿Cuántos años tienes tú? ¿Sabes agradecer y aprovechar bien el tiempo de vida que Dios te da? ¿O desperdicias el tiempo durmiendo demasiado o hablando demasiado o en cosas superfluas o inútiles?
Un excombatiente de Vietnam era querido por todos sus conciudadanos, porque siempre estaba dispuesto a ayudar. ¿Por qué tanta amabilidad? Porque en la guerra había tenido la misión de limpiar de minas los campos. Los del vietcong habían sembrado las minas entre la maleza y muchos soldados morían al pisar una piedra o mover una rama o un alambre. Él estaba destinado a detectar y desactivar minas. Era un trabajo peligroso y muchos de sus compañeros habían muerto en el intento. Allí aprendió que cada paso podía ser la diferencia entre estar vivo o muerto. Se jugaba la vida entre levantar un pie y volver a posarlo en el suelo. Cada instante estaba lleno de vida, porque el siguiente podía estar lleno de muerte. En su trabajo, había aprendido a vivir con intensidad cada momento. Ése era su secreto para vivir bien: Vivir el presente, hacer bien lo que estaba haciendo. Ciertamente, la vida es como un campo de minas, donde en cada momento nos puede acechar la muerte y debemos estar preparados. ¿Valoras tú el tiempo de tu vida? ¿Eres agradecido? ¿Estás preparado para morir?
Pero hay muchas maneras de ser agradecidos. La maestra de una escuela les pidió a sus alumnos que dibujaran algo por lo cual estuvieran agradecidos. Pepito dibujó una simple mano. “¿De quién es esa mano?”, le preguntó la maestra; “¿la mano de Dios que te da de comer?” “No, es su mano, profesora.”
La maestra, de vez en cuando, les daba la mano a sus alumnos, porque eran pequeños y eso para Pepito significaba mucho, pues sentía el cariño de la profesora hacia él; y él estaba muy agradecido, porque no tenía mamá.
(Del libro “Luces en el camino”, del Padre Ángel Peña.)
– Mira, como vas a vivir aquí por toda la eternidad, te voy a enseñar un poco el cielo para que lo conozcas.
Lo llevó a una sala muy grande, donde había miles y miles de ángeles trabajando, y le dijo:
– Aquí están recibiendo las peticiones de ayuda que vienen de la Tierra.
Lo llevó a otra sala muy grande, donde también había miles de ángeles y le manifestó que allí estaban preparando los paquetes para conceder las peticiones recibidas.
Después le enseñó otra sala muy grande, pero allí sólo había un angelito, que parecía estar desocupado, porque estaba medio somnoliento. Y le dijo:
– Esta es la sala donde se reciben las acciones de gracias por los beneficios recibidos en la Tierra. Como ves, son muy pocos los que dan gracias y, por eso, con un angelito es suficiente.
La moraleja es clara. Muchos piden y piden, muchos reciben beneficios permanentemente de Dios, pero pocos son los agradecidos.
Nosotros, por el contrario, debemos dar constantemente gracias a Dios, comenzando por la vida, la salud, la familia, el trabajo… Y, sobre todo, por el regalo inmerecido de la fe católica. También hay que dar gracias por el tiempo disponible de vida. Hay muchos que mueren jóvenes. ¿Cuántos años tienes tú? ¿Sabes agradecer y aprovechar bien el tiempo de vida que Dios te da? ¿O desperdicias el tiempo durmiendo demasiado o hablando demasiado o en cosas superfluas o inútiles?
Un excombatiente de Vietnam era querido por todos sus conciudadanos, porque siempre estaba dispuesto a ayudar. ¿Por qué tanta amabilidad? Porque en la guerra había tenido la misión de limpiar de minas los campos. Los del vietcong habían sembrado las minas entre la maleza y muchos soldados morían al pisar una piedra o mover una rama o un alambre. Él estaba destinado a detectar y desactivar minas. Era un trabajo peligroso y muchos de sus compañeros habían muerto en el intento. Allí aprendió que cada paso podía ser la diferencia entre estar vivo o muerto. Se jugaba la vida entre levantar un pie y volver a posarlo en el suelo. Cada instante estaba lleno de vida, porque el siguiente podía estar lleno de muerte. En su trabajo, había aprendido a vivir con intensidad cada momento. Ése era su secreto para vivir bien: Vivir el presente, hacer bien lo que estaba haciendo. Ciertamente, la vida es como un campo de minas, donde en cada momento nos puede acechar la muerte y debemos estar preparados. ¿Valoras tú el tiempo de tu vida? ¿Eres agradecido? ¿Estás preparado para morir?
Pero hay muchas maneras de ser agradecidos. La maestra de una escuela les pidió a sus alumnos que dibujaran algo por lo cual estuvieran agradecidos. Pepito dibujó una simple mano. “¿De quién es esa mano?”, le preguntó la maestra; “¿la mano de Dios que te da de comer?” “No, es su mano, profesora.”
La maestra, de vez en cuando, les daba la mano a sus alumnos, porque eran pequeños y eso para Pepito significaba mucho, pues sentía el cariño de la profesora hacia él; y él estaba muy agradecido, porque no tenía mamá.
(Del libro “Luces en el camino”, del Padre Ángel Peña.)