¿Competencia o superación?
¡Reflexión al fin del año escolar!
Al acabar un año escolar es bueno sacar un tiempo para reflexionar sobre algunas cosas. Quisiera proponer esta reflexión a los padres y estudiantes.
Puerto Rico necesita ciudadanos y la Iglesia miembros con deseos de superación, como cualquier sociedad que se aprecie a sí misma. Eso debería ser un deseo de todos, no sólo de algunos. Debe ser un deseo individual y también social y comunitario.
De palabras o conceptos podríamos conseguir infinidad de definiciones, pero al menos encontré ésta de superación, a partir de la cual quisiera desarrollar esta reflexión.
“Se denomina superación a la capacidad de desarrollar las capacidades de las personas a fin de que sean más útiles para sí mismas y para la comunidad de la que forman parte. Este proceso implica el mejoramiento de competencias en todo el arco de las posibilidades humanas, ya sea desde el área de las competencias laborales, cognoscitivas, de la salud, de relaciones interpersonales, etc.” En ese sentido se entiende que “es menester considerar que lograr una superación desde este enfoque, requiere inevitablemente una interacción con el entorno social, siendo el hombre un ser signado por la naturaleza para el trato con sus congéneres. Así, lograr una superación en cualquier área de la existencia implica el apoyo y ayuda de los pares, pares a los que también debemos ayudar en su evolución personal.”
Entiendo que los padres tienen esto en mente cuando buscan dónde educar a sus hijos.
Mi preocupación estriba en que ese buen afán o propósito se mezcla a veces con el de competencia. En ese sentido también podemos encontrar varias definiciones del concepto competencia como por ej.: “la capacidad, habilidad, destreza o pericia para realizar algo en específico o tratar un tema determinado.” Esta definición se armoniza muy bien con la de superación, pero también se puede entender competencia como “enfrentamiento o contienda entre aquellos que pretenden acceder a lo mismo.”
Para un mejor futuro personal, social y comunitario creo que urge que nuestros niños y jóvenes tengan deseo de superación y sana competencia, pero debemos precaver que eso no se entienda como ambición y competencia en sentido negativo, que va unido al egoísmo, la vanidad, el individualismo, dominio de otros, etc. Por eso los padres, que sin duda deben buscar los mejor para sus hijos, deben estar atentos en no caer en la trampa de apoyar la competencia que se afana por sobresalir y no por servir, sin importar los demás (cf. Mc 10,35-45; Mt 20, 20-28).
Eliminar de la superación o sana competencia su dimensión social o comunitaria, nos arriesga a criar futuros profesionales muy “competentes”, pero enajenados del mundo y las necesidades del prójimo; más aún, capaces de olvidarse del prójimo con tal de alcanzar sus propósitos. Recientemente llevé a inspeccionar el carro, y el humilde anciano que me atendió, me decía: “Hoy la gente tiene más cosas que antes, pero menos educación. Antes al llegar te miraban y saludaban. Hoy ni te miran ni te saludan.”
A veces noto que algunos tienen gran afán en que sus hijos sean excelentes en lo académico, campeones en el deporte, que desarrollen llamativas facetas artísticas, que tengan lo último en adelantos electrónicos, etc., pero ese afán no necesariamente se une a la búsqueda del bien común y menos aún de lo religioso o trascendente. Esos afanes de superación, sin un fin espiritual y social, sin moderación y prudencia, pueden crear estrés y agotamiento. Tan es así que ya nos encontramos con niños que ya dicen estar cansados, estresados, agotados; y como la cuerda parte por lo más fino, lo espiritual, que no necesariamente produce una satisfacción inmediata, los social que no cualifique para horas de servicio que requiera el colegio, y hasta la cooperación en casa que no sea gratificada, no les atrae o se minusvalora.
A veces la superación y competencia se queda a un nivel plano, sin trascendencia. Se inculca la superación y el triunfo para este mundo, o incluso “mi mundo”, pero no necesariamente la superación y la competencia que nos acerque al prójimo y, menos aún, la que nos conduce al cielo, que no implica dejar de hacer un mundo mejor, al contrario. Hasta nuestras escuelas católicas, a veces, se promocionan más por ser competentes en inglés, español, matemáticas, ciencias, robótica, por logros en los deportes y porque sus egresados entran a la “mejores universidades”… y, de paso, pues se tiene clase de religión, o en algunos casos, ética para aguar o suavizar un poco la cosa de la fe.
Cada quien verá dónde va o sigue estudiando, pero sólo hay una escuela donde se puede aprender la verdadera superación y competencia: la familia. Ahí se debe aprender que no todo se puede tener y, por tanto, la superación está en compartir, en entender que no todo se paga con dinero o trofeos u otras gratificaciones, por tanto la competencia ideal no es con otro y menos contra otro, sin vencer la soberbia, la vanidad y el egoísmo; y el verdadero pago está en superarnos todos juntos, no sólo yo; que la competencia es mejor cuando todos avanzamos, no cuando avanzo yo solo. Ese es el camino para un Puerto Rico mejor y una Iglesia más santa.
P.Leo
Al acabar un año escolar es bueno sacar un tiempo para reflexionar sobre algunas cosas. Quisiera proponer esta reflexión a los padres y estudiantes.
Puerto Rico necesita ciudadanos y la Iglesia miembros con deseos de superación, como cualquier sociedad que se aprecie a sí misma. Eso debería ser un deseo de todos, no sólo de algunos. Debe ser un deseo individual y también social y comunitario.
De palabras o conceptos podríamos conseguir infinidad de definiciones, pero al menos encontré ésta de superación, a partir de la cual quisiera desarrollar esta reflexión.
“Se denomina superación a la capacidad de desarrollar las capacidades de las personas a fin de que sean más útiles para sí mismas y para la comunidad de la que forman parte. Este proceso implica el mejoramiento de competencias en todo el arco de las posibilidades humanas, ya sea desde el área de las competencias laborales, cognoscitivas, de la salud, de relaciones interpersonales, etc.” En ese sentido se entiende que “es menester considerar que lograr una superación desde este enfoque, requiere inevitablemente una interacción con el entorno social, siendo el hombre un ser signado por la naturaleza para el trato con sus congéneres. Así, lograr una superación en cualquier área de la existencia implica el apoyo y ayuda de los pares, pares a los que también debemos ayudar en su evolución personal.”
Entiendo que los padres tienen esto en mente cuando buscan dónde educar a sus hijos.
Mi preocupación estriba en que ese buen afán o propósito se mezcla a veces con el de competencia. En ese sentido también podemos encontrar varias definiciones del concepto competencia como por ej.: “la capacidad, habilidad, destreza o pericia para realizar algo en específico o tratar un tema determinado.” Esta definición se armoniza muy bien con la de superación, pero también se puede entender competencia como “enfrentamiento o contienda entre aquellos que pretenden acceder a lo mismo.”
Para un mejor futuro personal, social y comunitario creo que urge que nuestros niños y jóvenes tengan deseo de superación y sana competencia, pero debemos precaver que eso no se entienda como ambición y competencia en sentido negativo, que va unido al egoísmo, la vanidad, el individualismo, dominio de otros, etc. Por eso los padres, que sin duda deben buscar los mejor para sus hijos, deben estar atentos en no caer en la trampa de apoyar la competencia que se afana por sobresalir y no por servir, sin importar los demás (cf. Mc 10,35-45; Mt 20, 20-28).
Eliminar de la superación o sana competencia su dimensión social o comunitaria, nos arriesga a criar futuros profesionales muy “competentes”, pero enajenados del mundo y las necesidades del prójimo; más aún, capaces de olvidarse del prójimo con tal de alcanzar sus propósitos. Recientemente llevé a inspeccionar el carro, y el humilde anciano que me atendió, me decía: “Hoy la gente tiene más cosas que antes, pero menos educación. Antes al llegar te miraban y saludaban. Hoy ni te miran ni te saludan.”
A veces noto que algunos tienen gran afán en que sus hijos sean excelentes en lo académico, campeones en el deporte, que desarrollen llamativas facetas artísticas, que tengan lo último en adelantos electrónicos, etc., pero ese afán no necesariamente se une a la búsqueda del bien común y menos aún de lo religioso o trascendente. Esos afanes de superación, sin un fin espiritual y social, sin moderación y prudencia, pueden crear estrés y agotamiento. Tan es así que ya nos encontramos con niños que ya dicen estar cansados, estresados, agotados; y como la cuerda parte por lo más fino, lo espiritual, que no necesariamente produce una satisfacción inmediata, los social que no cualifique para horas de servicio que requiera el colegio, y hasta la cooperación en casa que no sea gratificada, no les atrae o se minusvalora.
A veces la superación y competencia se queda a un nivel plano, sin trascendencia. Se inculca la superación y el triunfo para este mundo, o incluso “mi mundo”, pero no necesariamente la superación y la competencia que nos acerque al prójimo y, menos aún, la que nos conduce al cielo, que no implica dejar de hacer un mundo mejor, al contrario. Hasta nuestras escuelas católicas, a veces, se promocionan más por ser competentes en inglés, español, matemáticas, ciencias, robótica, por logros en los deportes y porque sus egresados entran a la “mejores universidades”… y, de paso, pues se tiene clase de religión, o en algunos casos, ética para aguar o suavizar un poco la cosa de la fe.
Cada quien verá dónde va o sigue estudiando, pero sólo hay una escuela donde se puede aprender la verdadera superación y competencia: la familia. Ahí se debe aprender que no todo se puede tener y, por tanto, la superación está en compartir, en entender que no todo se paga con dinero o trofeos u otras gratificaciones, por tanto la competencia ideal no es con otro y menos contra otro, sin vencer la soberbia, la vanidad y el egoísmo; y el verdadero pago está en superarnos todos juntos, no sólo yo; que la competencia es mejor cuando todos avanzamos, no cuando avanzo yo solo. Ese es el camino para un Puerto Rico mejor y una Iglesia más santa.
P.Leo